Ricardo viaja en clase turista. Nadie quiere una foto, nadie lo
molesta. Sólo los dos hombres que vienen con él le hacen chistes. Una mujer
dice, en voz alta, algo como: “todos somos pueblo”. Por eso me doy cuenta que
el hijo de Raúl Alfonsín, el clon de su padre, no está en primera clase.
Lo había buscado en los primeros asientos, esos que son grandes, mullidos y
se pueden reclinar, donde te traen el diario que vos quieras. Pero no estaba
ahí, él ya se había acomodado en el 14C, justo detrás mío.
El viaje a Salta duró casi dos horas. Se rió de los chistes de sus
compañeros, durmió y roncó. Quise mirar para atrás, porque no identificaba su
voz y me daba intriga lo que decía. Escuché cosas como: presidenciable, el
señor Alfonsín, y risas. El diario que Aerolíneas Argentinas nos regalaba era
Tiempo Argentino. En un recuadro de los más chicos aparecía mi compañero de
viaje, en una foto del día anterior, recordando a los radicales desaparecidos
durante la dictadura.
Cuando el sonido del avión se volvió fuerte y constante, y ya no escuchaba
más nada, decidí descansar. Dormité un poco con el cuello doblado. Cuando llegó
el servicio de snack volvió mi curiosidad. A alguno de los tres se le había
caído la bebida encima, y otro, con voz ronca, le pedía un hielo a la azafata. Creo
que el torpe era Ricardo, pero no estoy segura.
Cuando se desperezó, tocó, con la punta de su mocasín, mi pie. Ahí me animé
a mirar un poco: su zapato tenía un dibujo de puntos. Eso fue lo único que capté,
nada menos interesante que un zapato negro. Cuando estábamos por bajar quise
hacer todo rápido así quedaba delante de él en la fila. Logré que me mirara, y
eso me emocionó, casi como si fuera un cantante pop y yo una quinceañera. Pero
no pude quedar cerca, un joven muy caballero me cedió el paso y lo perdí. Caminaba
lento, esperando que me pasara. Cuando bajé las escaleras vi cinco hombres de
traje. Esos lo esperan a él, pensé. Y sí, “¿qué hacés?”, le dijo Ricardo, y no
escuché nada más.
Listo, se me fue el entusiasmo por seguir la caza. Vi a mi papá del otro
lado del ventanal y fui a saludarlo. Cuando me di vuelta, él y sus hombres
pasaron por al lado mío. Se fue, pensé, y fui por mi valija.
-
Ricardito
viajó conmigo, ¿lo viste? – le dije a mi papá.
-
¿Qué Ricardito?
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