- Te aviso que se va a poner a
llorar.
Mi amiga me había alertado del estado sensible
de su madrina. No puede creer que gente que no la conoce vaya a ayudarla, me
explicó, rebotando por los adoquines. Ella adelante, yo atrás, en bicicleta.
Cuando llegué, la mujer me abrazó y dijo
gracias, gracias, y algo más que no entendí. Ya empezó a llorar, pensé. Pero al
instante se calmó, y sin darme tiempo para bajarme me pidió un favor: si le
podía pagar algo que vencía ese día. Salí de nuevo, pedaleé veinte cuadras,
hice la cola en el Pago Fácil, le di la plata al señor y volví. Me agradeció y
me indicó unas valijas para que me fijara si estaban secas. No. Entonces,
valijas afuera. Afuera también había libros. Y ahí me quedé, mirándolos,
separando sus hojas, tirando algunos.
La tormenta había sido el martes. Ese día era
lunes de la semana siguiente y todavía tenía cajas con agua, sin abrir. Vive
sola y su casa es chica. Chica y baja: es profesora de yoga, y todos sus
muebles tienen la altura que alcanzó el agua: 40 centímetros . Una
medida de afortunados.
Sus libros son de yoga, autoayuda o ficción.
Después de llorar y de pedirme que fuera a pagar, me explicó cuáles eran las
reglas:
-
Si
te gusta algo, me decís y te lo llevás.
Entonces se lo dije.
-
Éste
te lo voy a pedir prestado.
-
¿Qué
es?
-
Almudena
Grandes.
-
Ay,
sí, es divino, llevalo. Y hay otros, también. Llevalos, llevalos que son
hermosos.
Por momentos tuvo verborragia. Me pidió que le contara
de la tesis, se afligió, le dijo a su ahijada, mi amiga, que le escribiera un
mensaje a sus alumnas para explicarles que no iba a dar clases, me habló de una
chica que seguro le va a interesar leer mi libro, mi amiga le pidió que le
terminara de dictar el mensaje. Todo esto en la vereda, los libros y las
valijas secándose, y ella con un mate lavado y amargo en la mano.
Yo necesitaba estar en un lugar así. El
miércoles, un día después de la tormenta, me tuve que ir al sur, a un
casamiento. Cuando llegué y tuve que buscar un vestido empecé a putear y
llorar. Si lo hubiera pensado dos veces no me iba, eso estaba claro.
Y cuando volví a la ciudad, lo primero que hice
fue encerrarme toda la mañana en una facultad a esperar que otra amiga se
recibiera. Otra vez, de los pelos. Quería ser útil, ayudar a alguien. Pero no
sola, porque siempre me cuesta empezar cuando nadie me acompaña. Entonces mi
amiga me dijo que se iba a la casa de su madrina, y me acoplé.
La gente está cansada, pocas casas tienen ya su
vida en la vereda, muchos volvieron al trabajo, a la facultad, a la escuela. Y recién
ahora llego yo, con ganas de donar sangre, ir al Banco de Alimentos, ser hogar
de tránsito para alguna mascota perdida, lavar ropa de personas desconocidas,
todo al mismo tiempo. Ya no se necesita tanto, ahora es el momento de
despotricar contra el intendente, el gobernador, la ministra de Desarrollo
Social y todo el que haya tenido algo que ver en este desastre.
Tengo mucha ansiedad, mucho odio, mucha
energía, mucha ira. El problema: canalizarlo todo antes de explotar.
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