Entrevistarla
no fue fácil. A pesar de conocerla hace casi 3 años, su personalidad no deja de
avasallarme, sobre todo cuando habla de su vida. A ella no la sobrepasa nadie,
dice, nadie la mira feo porque sino sabe qué hacer para dejarlo enyesado.
Pero hubo
un día que, sin el grabador con la luz roja prendida, pude sentirme realmente
cómoda, incluso más que con mi propia abuela, apenas unos años más grande. La había
ido a saludar con una amiga y nos hizo pasar para ver unas fotos del corso
donde había bailado con un vestido diseñado por ella misma, producto de un
taller de costura que da en el barrio: un vestido violeta, largo, con capelina
a tono. Prendió la notebook y nos pusimos a charlar, como siempre, de sus cosas
y la vida en la villa. Nos sentamos una en la silla de madera y la otra en la
roja de plástico, mientras Popi, la nueva perrita mezcla pequinés y pichicho,
se nos escondía entre las piernas.
Pasamos
porque otros entrevistados estaban ocupados, pero además nos gusta tomar mates
con ella y charlar de lo que nos preocupa. Después de unos minutos se dignó a poner el agua para el mate. Su toque especial
para hacerlo es un toque realmente especial: hervir el agua y ponerle mucha azúcar.
En el momento se disfrutan, o quizás uno no se da cuenta de lo que está
pasando, pero después la garganta avisa, arde y se inflama por unos días.
De repente noté que
había conectado en el televisor un Family Game; me teletransportó a mi
infancia. Le pregunté si andaba. Inmediatamente prendió el aparato y se puso a
jugar. No sé si lo pensé en ese momento o después, pero me imaginé a mi abuela
jugando, y seguramente no podría hacerlo tan bien como ella. Mientras hacía
saltar las vallas, con el botón X, a un muñequito en una pista de atletismo, nos
contaba que juega con su marido y apuestan: el que pierde ceba los mates. Ella siempre
pierde porque le gusta cebar, y él se da cuenta y se lo dice, pero su
entrenamiento es mejor: sabe hacerse la boluda. Nos relata todo esto sin
errarle a un movimiento y pasando de nivel sin pausas.
Le cuento
que yo cuando era chica jugaba al Mario Bross. No me deja terminar, me da el
mate, se lo sostengo, pone mi juego favorito y me entrega el control. “Con la
equis saltás, y con la flechita corrés”. Yo, como buena atormentada, me
salteaba muchas monedas, y ella de atrás me indicaba, muy rápido, dónde había
más vidas, dónde estaba la flor para hacerme más grande, o la estrella que me
daba tiros mata tortugas.
Jugué una
vida y le pasé el control a mi amiga. En mi descanso, ella me alcanzó un mate y
la bolsa con pastelitos.
El barrio
tiene esas cosas, lo inesperado es rutina y uno termina jugando al Family con una persona de
setenta años que te pasa el trapo.
Excelente relato!
ResponderEliminarSentí como si fuera un ser volador observando todo desde lo alto de la villa. Llegué a ser uno más en la historia de lo bien que describís la situación y los personajes.
Éxitos!