domingo, 24 de marzo de 2013

Distintas


Ella y yo somos coloradas. Ni mellizas, ni hermanas, ni primas, sólo coloradas.
El día que se hartó estábamos en un boliche. Habíamos salido con su hermana, que también es pelirroja, y a todos les encantaba pararnos y decirnos: ¡son hermanas! No, insistía ella, y explicaba: la de rulos es mi hermana, ella es mi amiga. Como nadie le creía, se cansó y empezó a decir que sí, que éramos hermanas. Así nació nuestro apodo, hoy nos decimos “hermani”. Ella acentúa en la A, yo en la I.
Desde el momento que nos concibieron fuimos distintas. Ella desnutrida, yo obesa. Ella acuariana, yo capricorniana, aunque sólo por trece días de diferencia. Nacimos el mismo año, el mismo mes, con el mismo color de piel y de pelo, pero en ciudades lejanas: ella en la playa, yo en el desierto. Cuando se mudó a mi pueblo vivíamos a una casa de por medio. Creo que nos gustaba estar juntas, o sino nos obligaban, porque aparece en todas las fotos de mis cumpleaños, pegada a mi derecha en el momento de soplar las velitas.
Nuestros padres estudiaban juntos en la universidad. El mío aprendió a ser ambidiestro, porque por escribir con la izquierda les pegaban. Al suyo le dicen el Zurdo. El Zurdo es el único hombre colorado que conocí por mucho tiempo, y como nadie en mi familia es pelirrojo siempre estuvo el chiste: sos hija del sodero. No, digo yo, y cuento esta historia. Mi papá y el Zurdo son amigos desde chicos, iban juntos al San Luis, el colegio más cheto de la ciudad, tomaban la leche, miraban la tele en blanco y negro y jugaban al fútbol juntos. Ellos también son muy distintos: mi papá es religioso y conservador, el Zurdo es liberal y no pisó más una Iglesia desde que dejó la escuela, salvo contadas ocasiones. Todos sus hijos fueron al Instituto Nuestra Señora de Fátima, no le quedó otra que aparecer de vez en cuando.
Ella y yo tuvimos una etapa de sentirnos iguales. Nos gustaban las mismas muñecas, los mismos juegos, la misma escuelita deportiva. En la secundaria ya no, ella tenía su grupo, yo el mío. Nos queríamos igual, pero ya no éramos mejores amigas como antes. Cuando nos mudamos de ciudad, estábamos cerca. Ahora vivimos a la vuelta. Ella fue a universidad privada, y tiene adicción por las compras. Yo a universidad pública y me negué a que me mandaran a estudiar un posgrado a Europa.
Reflexionamos muchas veces sobre esto: nos gusta ser amigas y así de distintas. Nos gusta porque no nos obligamos a opinar igual, a pensar igual, a hacer igual. Con ella recibo las mejores noticias. Nuestra teoría es que una colorada puede ser yeta, pero con dos se anula la mala suerte. Por eso cuando estamos juntas nos pasan cosas buenas.  O quizás es porque nos queremos así, tan iguales, tan distintas.  

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