martes, 29 de enero de 2013

Mi padre


El día de su cumpleaños lo empecé cortándole el teléfono. Mi rington de despertador es el mismo que el de llamadas, lo había puesto así yo misma hacía un par de días. Me di cuenta que le había cortado pero no me quedó otra que quedarme dando vueltas en la cama: así me lo enseñó mi madre, con su ejemplo.
Unos minutos después, varios, me senté, con las piernas colgando, y miré el lío de mi habitación. “Me baño y ordeno”, pensé. Era domingo, no podía salir todo tan perfecto, así que casi sin decisión prendí la computadora y abrí mi red social. Quería ver fotos del día anterior. “Ayer  fue  17 y, ah, tengo que anotar el día que me indispuse porque después me olvido, era el 12; hoy es 18 entonces, ¡HOY ES 18!”
Agarré el teléfono, busqué el contacto “Pa” y apreté uno de los botones transparentes: del teclado de mi Nokia 1100 ya ha desaparecido todo color.  
¡¡Feliz cumple, gordito!!
Con voz de dormida me dice feliz cumple – le comenta mi padre a su mujer, que gracias a la paciencia mutua, es mi madre.
Eran las once de la mañana del día más inútil de los siete. Sí, es normal levantarse a esa hora ese día, pero para ellos siempre cuánto más temprano mejor, sobre todo para él, que no tiene problemas para levantarse: suena la alarma y al segundo ya está parado poniéndose las pantuflas.
Hablamos un rato mientras mi madre le cebaba algunos mates lavados. Los escuché reírse y eso me relajó: saber que iba a pasar su cumpleaños sin hijos me había entristecido hacía un instante, pero sentir ese bienestar me calmó; además nosotros no estamos hace tres años ya, se tiene que haber acostumbrado. Los cambios son duros,  pero es innegable que los prefiero, y sé que él también.
Me puse a limpiar, prendí un sahumerio en mi habitación y me senté a leer en el balcón: había dejado una crónica de Juan Villoro a la mitad. La disfruté. Después me cayó la ficha: era sobre un padre y el exilio, y la escribía su hijo. Hablaba de cómo había tomado una nación como propia para sobrellevar la distancia. Yo no sé qué habrá hecho mi padre para soportar la nuestra, él no es mucho de expresar sus sentimientos, siempre quiere mostrar que todo es simple, que con esfuerzo y convicción las cosas salen, pero yo creo que le debe haber costado. También nuestros cambios lo desestructuraron, aunque de eso estoy orgullosa, demuestra que no es tan duro como cree. La crónica, el sahumerio y el aire fresco me hicieron sentirlo cerca.
Cumplió 52, no es un número especial ni un momento tan distinto de otros años, pero él cada día sorprende, cada día ama, cada día protege, cada día es “mi godito”, como adoro nombrarlo, en homenaje a su panza de gelatina.
Pido a mi compañera de tesis que edite lo que escribí. No se me ocurre cómo terminarlo.
 - No puedo ponerle algo emotivo porque sería otro género – le digo, mientras ella mira la computadora.
 - ¿Otro género? ¡Es tu fuckin padre!

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