Salgo de mi casa y voy a un solo
lugar: la AFIP. Agarro mi bicicleta, me pongo los auriculares y pedaleo: cumbia
nena, esto es Amar Azul. Muevo rápido la cabeza y el cuerpo de un lado al otro.
Llego contenta, saco número y me siento. Espero, muevo la pierna, me como las
uñas y me vuelvo a parar. Le pregunto al hombre si me falta algún papel y me
dice que sí. Me explica algo de una partida de nacimiento, le digo bueno,
bueno, y salgo. Llamo a mi papá y lloro cuando me dice que ese papel lo tiene
él allá: a mil doscientos kilómetros de distancia. Corto y vuelvo a entrar. Le
pido al hombre que me anote lo que necesito. Me da una dirección a dieciséis cuadras.
Me parece cerca, desato mi bicicleta y pedaleo. Cu-li-suel-tas dónde están las
culisueltas que quieren matraca, las manos bien arriba que acá llega el traka
traka. Esta vez ya no me muevo tanto, hay tránsito pero necesito energía
positiva. Llego al Registro Civil, ato la bici y entro. Me atienden rápido, hay
poca gente. Necesito un certificado de domicilio. Le doy mi documento, lo
anota, me da un papel y me manda a pagar. Llego al Bapro, hago cola. Alguien
dice que si sos del Registro podés pasar primero, entonces me apuro, pago cinco
pesos -increíble, pensé que iba a ser más caro- y salgo trotando. Son sólo
cincuenta metros, pero se está haciendo mediodía y yo ya tengo olor a ropa
usada muchas veces sin desodorante. Desato la bici y me llama mi mamá. Sí, ma,
todo bien, estoy terminando lo de la AFIP, voy a subirme a la bici, te llamo
cuando esté haciendo la otra cola.
Esta vez no me pongo los auriculares. Al mediodía salen los
pendejos de las escuelas y sus padres manejan mal y estacionan en doble fila. Los
pelos de la nuca se me humedecen. Tengo calor. Falta una cuadra, miro para atrás
porque quiero doblar, giro la cabeza hacia adelante y veo una puerta y no
alcanzo a frenar: me doy de lleno la pera contra la punta superior y caigo al
medio de la calle. “Disculpame, no te vi, ¿estás bien?”. Un hombre de traje me
habla, pero yo me quiero ir y terminar el maldito trámite. Empiezo a sentir la
cara hinchada. La próxima mire cuando abre la puerta, le digo.
Agarro la bici y me voy, llorando, de nuevo a la AFIP, a sacarme
la foto más fea de la historia.
* Este texto responde a una consigna dada en el marco del Máster de Crónica de la revista Orsai.
* Este texto responde a una consigna dada en el marco del Máster de Crónica de la revista Orsai.
No hay comentarios:
Publicar un comentario