lunes, 20 de mayo de 2013

Hoy crecí


Salgo de mi casa y voy a un solo lugar: la AFIP. Agarro mi bicicleta, me pongo los auriculares y pedaleo: cumbia nena, esto es Amar Azul. Muevo rápido la cabeza y el cuerpo de un lado al otro. Llego contenta, saco número y me siento. Espero, muevo la pierna, me como las uñas y me vuelvo a parar. Le pregunto al hombre si me falta algún papel y me dice que sí. Me explica algo de una partida de nacimiento, le digo bueno, bueno, y salgo. Llamo a mi papá y lloro cuando me dice que ese papel lo tiene él allá: a mil doscientos kilómetros de distancia. Corto y vuelvo a entrar. Le pido al hombre que me anote lo que necesito. Me da una dirección a dieciséis cuadras. Me parece cerca, desato mi bicicleta y pedaleo. Cu-li-suel-tas dónde están las culisueltas que quieren matraca, las manos bien arriba que acá llega el traka traka. Esta vez ya no me muevo tanto, hay tránsito pero necesito energía positiva. Llego al Registro Civil, ato la bici y entro. Me atienden rápido, hay poca gente. Necesito un certificado de domicilio. Le doy mi documento, lo anota, me da un papel y me manda a pagar. Llego al Bapro, hago cola. Alguien dice que si sos del Registro podés pasar primero, entonces me apuro, pago cinco pesos -increíble, pensé que iba a ser más caro- y salgo trotando. Son sólo cincuenta metros, pero se está haciendo mediodía y yo ya tengo olor a ropa usada muchas veces sin desodorante. Desato la bici y me llama mi mamá. Sí, ma, todo bien, estoy terminando lo de la AFIP, voy a subirme a la bici, te llamo cuando esté haciendo la otra cola.
Esta vez no me pongo los auriculares. Al mediodía salen los pendejos de las escuelas y sus padres manejan mal y estacionan en doble fila. Los pelos de la nuca se me humedecen. Tengo calor. Falta una cuadra, miro para atrás porque quiero doblar, giro la cabeza hacia adelante y veo una puerta y no alcanzo a frenar: me doy de lleno la pera contra la punta superior y caigo al medio de la calle. “Disculpame, no te vi, ¿estás bien?”. Un hombre de traje me habla, pero yo me quiero ir y terminar el maldito trámite. Empiezo a sentir la cara hinchada. La próxima mire cuando abre la puerta, le digo.
Agarro la bici y me voy, llorando, de nuevo a la AFIP, a sacarme la foto más fea de la historia.

* Este texto responde a una consigna dada en el marco del Máster de Crónica de la revista Orsai.

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