lunes, 26 de agosto de 2013

Historias máximas I

El primer día que fui a buscarte un nene me dijo que tenías problemas de corazón. Que no podías correr ni comer con sal. Tenías 8 años.
Después tus papás se separaron, porque tu mamá se enamoró de su cuñado, tu tío. Así que tus primas pasaron a ser tus hermanastras. Y contra todos los pronósticos, tu papá se hizo cargo -bastante bien- de tus dos hermanas y de vos.
Te dejé de ver por un tiempo, porque los fines de semana te tocaba ir a visitar a tu mamá, quien, por supuesto, se había ido del barrio. Ahora volviste. Y ya no sos chiquita. Sabés leer, sabés escribir. Hoy, como esas primeras veces, me senté con vos e hicimos tarea. Corregimos "avia" por "había", le pusimos los acentos a las palabras.
Hoy, como siempre -como cada vez que te cruzaba en estos cuatro años y medio- me sonreís cuando grito tu nombre, venís a darme un beso y te sentás a esperar tarea.
Esa sos vos, el oasis en el desierto, una forma adulta de aguantar el huracán.


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